El tema es extraño (poco convencional) pero así se debe acompañar el pulque, de nutridas divagaciones lúdicas, que acompañen los silencios de las libaciones y llenen los vacíos de las risas. Es bien sabido en las cantinas, pulquerías, bares y hasta las reuniones o fiestas con los cuates, que todo borracho es un filósofo (o al menos eso creen). En esta pulquería aflora nuestro espíritu de borrachos filósofos, sin el alcohol (a veces) pero con las mismas intenciones publicamos nuestros puntos de vista siempre con la esperanza de empezar un diálogo, ya que los comentarios y opiniones de los lectores son lo que le dan riqueza al contenido de este humilde blog. Ya me tomé muchas libertades, hablé por el grupo cuando podrían no estar de acuerdo con lo que estoy diciendo y los llamé borrachos, así que mejor me voy directo al tema de la semana.
En una era en la que los medios de comunicación y transporte han acortado las distancias de forma prodigiosa, es innegable que el mundo y, sobretodo, el tiempo se han estrechado. La estrechez de estas devastadoras variables de nuestras vidas no es poca cosa. Nos sentimos oprimidos por la sociedad, el trabajo, el dinero, la moda, las innovaciones tecnológicas, los trends, Apple, nuestros padres, nuestros amigos, la novia (o el novio)… el tiempo.
Sí, el tiempo es un tormento constante y nos trae una de las ironías de la vida. ¿Cuántas veces han dicho que les gustaría tener más tiempo para dedicarse a ustedes? Me parece irónico que siendo que estamos atorados con nosotros mismos las 24 horas de cada día de nuestras vidas, constantemente sintamos que rara vez tenemos tiempo para nosotros. Sería imposible tener más tiempo con y para nosotros.
El presente tiene la paradoja de ser un inagotable bien escaso (mientras vivimos). Está formado por momentos efímeros que se renuevan al instante. No hay nada más axiomático y perceptible que el instante presente. Y sin embargo se nos escapa completamente. En eso radica la tristeza de la vida; algunos dirían que también la alegría. Los momentos que forman el presente se adhieren al pasado y en forma de recuerdos perpetúan nuestra esencia. Durante un instante nuestros sentidos perciben, de forma consciente o inconsciente, un montón de acaecimientos. Respiramos, vemos, palpamos, probamos y escuchamos una infinidad de señales que desfilan a través de nuestro cerebro. Cada instante de nuestras vidas representa una retahíla de sensaciones e ideas, un pequeño cosmos irremediablemente olvidado (o imperfectamente archivado) al instante siguiente.
Hay algunas ideas que rondan por tu mente pero que alguien ya las expresó de una forma que difícilmente podrías superar. Acudo a las palabras de uno de mis autores favoritos Milan Kundera para profundizar en la estrechez del mundo.
“Que la vida es una trampa lo hemos sabido siempre: nacemos sin haberlo pedido, encerrados en un cuerpo que no hemos elegido y destinados a morir. En compensación, el espacio del mundo ofrecía una permanente posibilidad de evasión. … En nuestro siglo, de pronto, el mundo se estrecha a nuestro alrededor. … el adjetivo <<mundial>> expresa aún más elocuentemente la sensación de horror ante el hecho de que, de ahora en adelante nada de lo que ocurra en el planeta será ya asunto local, que todas las catástrofes conciernen al mundo entero y que, por lo tanto, estamos cada vez más determinados desde el exterior, por situaciones de las que nadie puede evadirse y que, cada vez más, hacen que nos parezcamos los unos a los otros.”
El mundo es una concha que nos cubre, es la dimensión en la que nos movemos y a medida que cambia el mundo, nuestra existencia también cambia. Dentro del proceso de globalización en el que, a veces, es fácil perder nuestra identidad, buscamos refugios en los que podamos defender nuestra individualidad y celebrar nuestra homogeneidad. Los paseos y las caminatas nos presentan oportunidades de intimidad y reflexión.
El mundo y la vida son movimiento. Las reflexiones en movimiento tienen otra perspectiva que las reflexiones sedentarias. La vida sucede; es acción y reacción por ello cuando pensamos de pie, caminando, nuestras ideas van viajando, mutando, creciendo, desapareciendo de acuerdo al capricho del camino, del paisaje, de las personas, los lugares, las situaciones, los eventos, las acciones; según el movimiento, el aire, el calor, el frío…
Siempre me ha atraído el acento subjetivo y la sinuosidad tanteadora de las caminatas. Es una experiencia tan elástica, receptiva y abierta que no tiene mucho caso preguntarse por su pureza. A pie siempre está latente la idea del tanteo, de la experimentación y la inquietud de degustar las cosas por uno mismo. El paseo es una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo, de tentarse y masturbar la mente hacia una reflexión.
Movidos por motivos hedonistas, contemplativos o estéticos salimos a caminar para llegar hasta el fondo de nuestra problemática existencial. Concebimos al yo como algo tentativo, en construcción, en proceso, en movimiento, inestable; sentimos que hemos hecho nuestra vida tanto como nuestra vida nos ha hecho a nosotros. Cada paso que damos tenemos un ojo puesto en el escepticismo y otro en la reivindicación de la experiencia. De allí que el tono de conversación o de confidencia sea tan propicio, en las reflexiones a pie, para este no llegar a nada, para este llegar modestamente a esto, para este ir y venir, para ese volver al comienzo que, entonces ya nunca es el mismo.
Una reflexión a pie no se desvía puesto que no iba a ningún lado, perfectamente trabajada en su irresponsabilidad. No tenía un fin establecido ni conocido, el camino sí, o tal vez no, pero todo camino tiene un destino; conocido o desconocido se trata de desplazarse de un punto “A” a un punto “B”. La reflexión no, la reflexión evoluciona, progresa, muta, desaparece, se contradice, se disecciona; discurre de manera dispersa, proclive a la digresión; no se desvía puesto que no iba a ningún lado, todo en ella es desviación. El pensamiento fluye sin cartas de navegación por eso muchas veces nos perdemos en divagaciones. Lo que buscamos es pensar las cosas por sí mismas y llegar, si es que se puede llegar a algún lado, a una conclusión personal. Reflexionar por reflexionar, integrando al mundo en la reflexión, nuestro mundo, con sus palpitaciones y desviaciones.
A pie las variables son infinitas, la reflexión se funde con el paisaje, con los sonidos y los olores. La reflexión a pie es esa aventura, ese recorrido, en que la búsqueda misma crea la materia del hallazgo.
Twitter: @AveLiteraria
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