‘Cuando era pequeña lo que más ansiaba hacer era recorrer el mundo. Conocer todos los lugares importantes y aquellos rincones escondidos que me contaran una historia. Con el tiempo empecé a viajar a diferentes lugares, en compañía de diferentes personas y a diferentes edades.
Aprendí muchas cosas importantes de los lugares que visité, de las personas que me acompañaron y de mí. Aprendí, por ejemplo, que no me gusta levantarme tarde y así poder aprovechar cada hora del día y conocer más; que no necesitamos un mismo idioma para comunicarnos y que la pena es algo que no debe de existir. También supe que no podía dormir de día porque la luz me molesta y que la nieve es maravillosa.
Hace un mes llegué a este país tan lejano de mi casa y que he aprendido a querer como si fuera el mío. Llegué sin esperar nada, atemorizada como cualquier otra persona ante un nuevo reto y ante miles de responsabilidades que me esperarían al bajar del avión. Aunque llegué acompañada jamás me sentí así; en realidad me sentía distante y perdida… como si estuviera sola.
Al llegar aquí, pensaba que todo sería fácil una vez que venciera el miedo. Pensaba que tenía una idea clara de lo que me gustaba y lo que quería hacer; que mi adaptación me ayudaría a convivir con personas con las que apenas hablaba en la escuela en México y más aún, que podría hablar con personas que fueran apareciendo en mi vida.
No fue hasta el día de hoy, 17 de marzo, que realmente entendí qué equivocada estaba.
Hoy como muchos otros días me levanté con la convicción de que sería uno más dentro de la rutina que ya había creado. Sin embargo, un correo de mi mamá fue el que rompió las actividades diarias; me avisaba que llegaría de visita el primero de mayo.
Mi respuesta, inusual, fue salir a caminar. Decidí ir a mi parque favorito, el “3 de febrero”, y sólo disfrutar del día con esa excelente noticia en mi cabeza. Mientras caminaba con mi ipod a todo volumen, empecé a observar todo a mi alrededor, como si en el mes que llevaba ahí no hubiera notado la belleza de los árboles a la mitad de verano o lo peligrosas que eran las baldosas sueltas en la banqueta.
De pronto me di cuenta que el miedo que había sentido hacía un mes se repetía en mi cabeza. ‘Mi mamá vendrá y yo sigo siendo la misma que cuando dejé mi casa; todavía no sé hacer muchas cosas: la comida se me quema, me quedo dormida, me muero de pena de hacer muchas cosas o de hablar de ciertos temas ...’
Fue cuando me di cuenta que jamás me había puesto a pensar en todo aquello que había hecho o dejado de hacer en el mes que llevo aquí. Tampoco me había detenido a observar lo que pasaba a mi alrededor y mucho menos lo que me había hecho sentir tan insegura en algunas situaciones. Hasta hoy, que no quiero que mi mamá llegue y vea el desastre que soy al estar lejos de casa; que a mis 20 años me aterran cosas que jamás hubiera pensado que me pusieran de nervios.
Entendí que hay muchas cosas que me faltan de aprender de mi misma; por ejemplo que hay platillos que no sé hacer; que me sigue aterrando cruzar calles si no tienen semáforos; que adoro los parques porque puedo sentarme a leer y ver a la gente pasar. Me di cuenta que la mejor forma de avanzar y de no seguir siendo la misma que dejó su casa hace un mes, es empezar a conocerme y escucharme a mí antes que a cualquier otra cosa.
Definitivamente las caminatas y los parques formarán parte de mi rutina de ahora en adelante.’
NA: Desde que conocí a Clara Clarividente, personaje importantísimo de la obra de Isabel Allende, he llevado conmigo un ‘cuaderno para anotar la vida’. No me había sido más útil hasta que viví 6 meses en Argentina; de ahí el extracto narrado anteriormente. Si hubiera podido escribir cada una de mis reflexiones a pie, creo que hubiera podido ser un muy buen libro.
Es así, como a partir de entonces, aprecié aún más el valor de tener tiempo para mí y aprovechar esas caminatas para escucharme y para ver que era lo que realmente pasaba por mi mente cuando no tenía que ocuparme de ninguna otra cosa.
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