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07 marzo 2012

Los proyectos

Haussmann

Él se decía, paseando por un gran parque solitario: “¡Qué hermosa sería ella con un traje de corte, complicado y fastuoso, al descender, a través de la atmósfera de un bello día, por las gradas de un palacio, frente a los grandes prados y las fuentes! Porque ella tiene naturalmente el aire de una princesa”.

Y al pasar más tarde por una calle, se detuvo delante de una tienda de grabados y, encontrando una estampa que representaba un paisaje tropical, se dijo “¡No! No es en un palacio donde yo quisiera poseer su amada vida. Allí no estaríamos en nuestra casa. Por otra parte, esos muros cubiertos de oro no dejarían un sitio para colgar su imagen; en esas solemnes galerías no habría un rincón para la intimidad. Decididamente, es allá donde habría que permanecer para cultivas el sueño de mi vida”.

Y, mientras analizaba con los ojos los detalles del grabado, continuaba mentalmente: “A la orilla del mar, una bella cabaña de madera, envuelta por todos esos árboles raros y lucientes cuyo nombre he olvidado… en la atmósfera, de un olor indefinible, embriagador… en la cabaña, un poderoso perfume de pequeños dominios, las puntas de los mástiles balanceados por la ola… alrededor de nosotros, más allá de la alcoba iluminada por una luz rosada, tamizada por las pantallas; y decorada con esteras frescas y flores capitosas, con raros asientos de un rococó portugués, hechos con una madera tenebrosa (sobre la que ella descansaría tan serena, tan bien abanicada, fumando un tabaco ligeramente opiado), más allá de la varenga, el escándalo de los pájaros ebrios de luz y el parloteo de las negritas… y por la noche, para servir de acompañamiento a mis sueños, el canto quejumbroso de los árboles al son de la música, los melancólicos filaos… Sí, en verdad, allá está el decorado que yo buscaba. ¿Qué tengo que ver con los palacios?”

Y más lejos, mientras seguía por una larga avenida, percibió un albergue limpito, donde una ventana, alegrada por unas cortinas de indiana multicolor, dejaba ver dos cabezas risueñas. Y, enseguida: “Hace falta que mi pensamiento sea un gran vagabundo para ir a buscar tan lejos lo que se halla tan cerca de mí. El placer y la dicha están en el primer albergue que se vea, en el albergue del Azar, tan fecundo en voluptuosidades. un buen fuego, unas vistosas piezas de cerámica, una comida pasable, un vino rudo, y un lecho muy amplio con sábanas un poco ásperas, pero frescas. ¿Qué puede haber mejor?”

Y, al volver a su casa, a esa hora en que los consejos de la Sabiduría no están ya sofocados por los zumbidos de la vida exterior, se dijo: “Hoy he tenido, en sueños, tres domicilios en los que he encontrado el mismo placer. ¿Por qué obligar a mi cuerpo a cambiar de sitio, si mi alma viaja tan ligeramente? ¿Para qué ejecutar los proyectos, si el proyecto es, por sí mismo, un goce suficiente?”

 

Buadelaire, Charles: El spleen de París. Traducción de Margarita Michelena. México; Papeles Privados, 1990. 170 p. ISBN 968-6657-29-0

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Etiquetas: A pie, A pie: Reflexiones a pie, Baudelaire, Charles Baudelaire, Spleen de parís

06 marzo 2012

Una historia que se llama yo.

Parque_Tres_de_Febrero
‘Cuando era pequeña lo que más ansiaba hacer era recorrer el mundo. Conocer todos los lugares importantes y aquellos rincones escondidos que me contaran una historia. Con el tiempo empecé a viajar a diferentes lugares, en compañía de diferentes personas y a diferentes edades.
Aprendí muchas cosas importantes de los lugares que visité, de las personas que me acompañaron y de mí. Aprendí, por ejemplo, que no me gusta levantarme tarde y así poder aprovechar cada hora del día y conocer más; que no necesitamos un mismo idioma para comunicarnos y que la pena es algo que no debe de existir. También supe que no podía dormir de día porque la luz me molesta y que la nieve es maravillosa.
Hace un mes llegué a este país tan lejano de mi casa y que he aprendido a querer como si fuera el mío. Llegué sin esperar nada, atemorizada como cualquier otra persona ante un nuevo reto y ante miles de responsabilidades que me esperarían al bajar del avión. Aunque llegué acompañada jamás me sentí así; en realidad me sentía distante y perdida… como si estuviera sola.
Al llegar aquí, pensaba que todo sería fácil una vez que venciera el miedo. Pensaba que tenía una idea clara de lo que me gustaba y lo que quería hacer; que mi adaptación me ayudaría a convivir con personas con las que apenas hablaba en la escuela en México y más aún, que podría hablar con personas que fueran apareciendo en mi vida.
No fue hasta el día de hoy, 17 de marzo, que realmente entendí qué equivocada estaba.
Hoy como muchos otros días me levanté con la convicción de que sería uno más dentro de la rutina que ya había creado. Sin embargo, un correo de mi mamá fue el que rompió las actividades diarias; me avisaba que llegaría de visita el primero de mayo.
Mi respuesta, inusual, fue salir a caminar. Decidí ir a mi parque favorito, el “3 de febrero”, y sólo disfrutar del día con esa excelente noticia en mi cabeza. Mientras caminaba con mi ipod a todo volumen, empecé a observar todo a mi alrededor, como si en el mes que llevaba ahí no hubiera notado la belleza de los árboles a la mitad de verano o lo peligrosas que eran las baldosas sueltas en la banqueta.
De pronto me di cuenta que el miedo que había sentido hacía un mes se repetía en mi cabeza. ‘Mi mamá vendrá y yo sigo siendo la misma que cuando dejé mi casa; todavía no sé hacer muchas cosas: la comida se me quema, me quedo dormida, me muero de pena de hacer muchas cosas o de hablar de ciertos temas ...’
Fue cuando me di cuenta que jamás me había puesto a pensar en todo aquello que había hecho o dejado de hacer en el mes que llevo aquí. Tampoco me había detenido a observar lo que pasaba a mi alrededor y mucho menos lo que me había hecho sentir tan insegura en algunas situaciones. Hasta hoy, que no quiero que mi mamá llegue y vea el desastre que soy al estar lejos de casa; que a mis 20 años me aterran cosas que jamás hubiera pensado que me pusieran de nervios.
Entendí que hay muchas cosas que me faltan de aprender de mi misma; por ejemplo que hay platillos que no sé hacer; que me sigue aterrando cruzar calles si no tienen semáforos; que adoro los parques porque puedo sentarme a leer y ver a la gente pasar. Me di cuenta que la mejor forma de avanzar y de no seguir siendo la misma que dejó su casa hace un mes, es empezar a conocerme y escucharme a mí antes que a cualquier otra cosa.
Definitivamente las caminatas y los parques formarán parte de mi rutina de ahora en adelante.’
NA: Desde que conocí a Clara Clarividente, personaje importantísimo de la obra de Isabel Allende, he llevado conmigo un ‘cuaderno para anotar la vida’. No me había sido más útil hasta que viví 6 meses en Argentina; de ahí el extracto narrado anteriormente. Si hubiera podido escribir cada una de mis reflexiones a pie, creo que hubiera podido ser un muy buen libro.
Es así, como a partir de entonces, aprecié aún más el valor de tener tiempo para mí y  aprovechar esas caminatas para escucharme y para ver que era lo que realmente pasaba por mi mente cuando no tenía que ocuparme de ninguna otra cosa.

Publicado por Bex en 17:22 0 comentarios
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Etiquetas: A pie: Reflexiones a pie, Bex, Los desvaríos de Mayáhuel, reflexión, reflexionar

05 marzo 2012

Reflexiones a pie

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El tema es extraño (poco convencional) pero así se debe acompañar el pulque, de nutridas divagaciones lúdicas, que acompañen los silencios de las libaciones y llenen los vacíos de las risas. Es bien sabido en las cantinas, pulquerías, bares y hasta las reuniones o fiestas con los cuates, que todo borracho es un filósofo (o al menos eso creen). En esta pulquería aflora nuestro espíritu de borrachos filósofos, sin el alcohol (a veces) pero con las mismas intenciones publicamos nuestros puntos de vista siempre con la esperanza de empezar un diálogo, ya que los comentarios y opiniones de los lectores son lo que le dan riqueza al contenido de este humilde blog. Ya me tomé muchas libertades, hablé por el grupo cuando podrían no estar de acuerdo con lo que estoy diciendo y los llamé borrachos, así que mejor me voy directo al tema de la semana.

En una era en la que los medios de comunicación y transporte han acortado las distancias de forma prodigiosa, es innegable que el mundo y, sobretodo, el tiempo se han estrechado. La estrechez de estas devastadoras variables de nuestras vidas no es poca cosa. Nos sentimos oprimidos por la sociedad, el trabajo, el dinero, la moda, las innovaciones tecnológicas, los trends, Apple, nuestros padres, nuestros amigos, la novia (o el novio)… el tiempo.

Sí, el tiempo es un tormento constante y nos trae una de las ironías de la vida. ¿Cuántas veces han dicho que les gustaría tener más tiempo para dedicarse a ustedes? Me parece irónico que siendo que estamos atorados con nosotros mismos las 24 horas de cada día de nuestras vidas, constantemente sintamos que rara vez tenemos tiempo para nosotros. Sería imposible tener más tiempo con y para nosotros.

El presente tiene la paradoja de ser un inagotable bien escaso (mientras vivimos). Está formado por momentos efímeros que se renuevan al instante. No hay nada más axiomático y perceptible que el instante presente. Y sin embargo se nos escapa completamente. En eso radica la tristeza de la vida; algunos dirían que también la alegría. Los momentos que forman el presente se adhieren al pasado y en forma de recuerdos perpetúan nuestra esencia. Durante un instante nuestros sentidos perciben, de forma consciente o inconsciente, un montón de acaecimientos. Respiramos, vemos, palpamos, probamos y escuchamos una infinidad de señales que desfilan a través de nuestro cerebro. Cada instante de nuestras vidas representa una retahíla de sensaciones e ideas, un pequeño cosmos irremediablemente olvidado (o imperfectamente archivado) al instante siguiente.

Hay algunas ideas que rondan por tu mente pero que alguien ya las expresó de una forma que difícilmente podrías superar. Acudo a las palabras de uno de mis autores favoritos Milan Kundera para profundizar en la estrechez del mundo.
“Que la vida es una trampa lo hemos sabido siempre: nacemos sin haberlo pedido, encerrados en un cuerpo que no hemos elegido y destinados a morir. En compensación, el espacio del mundo ofrecía una permanente posibilidad de evasión. … En nuestro siglo, de pronto, el mundo se estrecha a nuestro alrededor. … el adjetivo <<mundial>> expresa aún más elocuentemente la sensación de horror ante el hecho de que, de ahora en adelante nada de lo que ocurra en el planeta será ya asunto local, que todas las catástrofes conciernen al mundo entero y que, por lo tanto, estamos cada vez más determinados desde el exterior, por situaciones de las que nadie puede evadirse y que, cada vez más, hacen que nos parezcamos los unos a los otros.”
El mundo es una concha que nos cubre, es la dimensión en la que nos movemos y a medida que cambia el mundo, nuestra existencia también cambia. Dentro del proceso de globalización en el que, a veces, es fácil perder nuestra identidad, buscamos refugios en los que podamos defender nuestra individualidad y celebrar nuestra homogeneidad. Los paseos y las caminatas nos presentan oportunidades de intimidad y reflexión.

El mundo y la vida son movimiento. Las reflexiones en movimiento tienen otra perspectiva que las reflexiones sedentarias. La vida sucede; es acción y reacción por ello cuando pensamos de pie, caminando, nuestras ideas van viajando, mutando, creciendo, desapareciendo de acuerdo al capricho del camino, del paisaje, de las personas, los lugares, las situaciones, los eventos, las acciones; según el movimiento, el aire, el calor, el frío…

Siempre me ha atraído el acento subjetivo y la sinuosidad tanteadora de las caminatas. Es una experiencia tan elástica, receptiva y abierta que no tiene mucho caso preguntarse por su pureza. A pie siempre está latente la idea del tanteo, de la experimentación y la inquietud de degustar las cosas por uno mismo. El paseo es una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo, de tentarse y masturbar la mente hacia una reflexión.

Movidos por motivos hedonistas, contemplativos o estéticos salimos a caminar para llegar hasta el fondo de nuestra problemática existencial. Concebimos al yo como algo tentativo, en construcción, en proceso, en movimiento, inestable; sentimos que hemos hecho nuestra vida tanto como nuestra vida nos ha hecho a nosotros. Cada paso que damos tenemos un ojo puesto en el escepticismo y otro en la reivindicación de la experiencia. De allí que el tono de conversación o de confidencia sea tan propicio, en las reflexiones a pie, para este no llegar a nada, para este llegar modestamente a esto, para este ir y venir, para ese volver al comienzo que, entonces ya nunca es el mismo.

Una reflexión a pie no se desvía puesto que no iba a ningún lado, perfectamente trabajada en su irresponsabilidad. No tenía un fin establecido ni conocido, el camino sí, o tal vez no, pero todo camino tiene un destino; conocido o desconocido se trata de desplazarse de un punto “A” a un punto “B”. La reflexión no, la reflexión evoluciona, progresa, muta, desaparece, se contradice, se disecciona; discurre de manera dispersa, proclive a la digresión; no se desvía puesto que no iba a ningún lado, todo en ella es desviación. El pensamiento fluye sin cartas de navegación por eso muchas veces nos perdemos en divagaciones. Lo que buscamos es pensar las cosas por sí mismas y llegar, si es que se puede llegar a algún lado, a una conclusión personal. Reflexionar por reflexionar, integrando al mundo en la reflexión, nuestro mundo, con sus palpitaciones y desviaciones.

A pie las variables son infinitas, la reflexión se funde con el paisaje, con los sonidos y los olores. La reflexión a pie es esa aventura, ese recorrido, en que la búsqueda misma crea la materia del hallazgo.

Hasta el próximo lunes.

Twitter: @AveLiteraria
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Etiquetas: A pie, A pie: Reflexiones a pie, caminar, Christian Guerrero, Corvus, ensayo, mundo, paseo, peregrinajes, reflexión, reflexionar, Reflexiones a pie, Tlachiquero de palabras, vida
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