Hablar del Pulque, Tequila o Mezcal siempre me pone en aprietos. Las razones son simples: No soy una amante de la degustación de bebidas alcohólicas (para mí el alcohol sirve para emborracharse y ya), lo que conlleva a que todo el alcohol del mundo me sabe igual.
Ok puritanos y defensores de las tardes con “queso y vino”, o del “cada plato lleva su bebida específica”… Este es el momento en el que se indignan. Pero lo siento, si de degustar se trata, siempre he preferido las bebidas muy dulces; y dentro del alcohol no es la excepción.
Por muchos años me negué a probar el pulque, porque si de por si el tequila y el mezcal son muy fuertes para mí, yo pensaba que el pulque me iba a destrozar el estomago de por vida. Pero no fue así.
He aquí la bella historia de cómo fue que me enamoré de esta bebida:
Una mañana platicando con unos amigos salió el tema del pulque. Yo comenté que jamás lo había probado y que había muchos rumores al respecto que tampoco me animaban a hacerlo (que si se fermentaba con excremento, que si sabía muy mal, etc. ) Ellos sorprendidos, me dijeron que el día que fueran a una pulquería me llevarían para que opinara con la “debida experiencia”. Y pues como dice el dicho, “a quién le dan pan que llore”, acepté.
Pasaron las semanas, y por fin llego el día prometido. Después de dar muchas vueltas por el Centro de la Ciudad de México, recordarle su mamá a unos cuántos camioneros, esquivar a los peatones kamikazes y encontrarse a uno que otro policía dormido, llegamos a un establecimiento que de haber ido sola, seguramente habría pasado por alto. Un viejo letrero que establecía que ahí “Estaban prohibidas las viejas”.
En el preciso momento en el que metí un pie en el establecimiento, hubiera jurado que me trasladaron a otra época. La decoración, la música, el ambiente… Sólo me faltaban mis trenzas, mi fusil y ¡”Ámonos para la Guerra Cristera!”
Mis amigos pidieron cada uno un pulque al natural. Pero como yo sospechaba que eso seguramente no iba a gustarme, decidí pedir uno de fresa.
Cuando el mesero vino, nos trajo la que en otros tiempos la famosa “bebida de los dioses” en unos tarritos de barro muy simpáticos. Cada uno tenia refranes, muy culturales por cierto. Otros sacaban al macho mexicano revolucionario tipo “vieja tu quédate en la cocina que sólo para eso sirves”. Pero lo importante era el contenido.
Antes de probar el mío, mis amigos me dijeron que probara el natural. En resumen, el sabor y la textura es por mucho de las cosas más asquerosas que he probado en mi vida. Supongo que por algo decía en la entrada que las féminas no estaban admitidas. Pero el mío, que tenía mucha más dulzura me encantó. Tanto, que hasta tengo en mi “Lista de Cosas por hacer antes de que muera”, probar todos los sabores existentes del pulque, omitiendo OBVIAMENTE el natural.
Platicando después con personas conocedoras del tema (entiéndase mis amigos los alcohólicos), me criticaban que el pulque original es el natural, que los saborcitos no contaban, etc. Personalmente, creo que siempre es bueno tener una referencia en cuanto a sabor, como en el caso del pulque puro, pero que eso no debería impedir a la gente de degustar otras variedades.
Tristemente, hoy en día los jóvenes se interesan más por las bebidas de moda con nombres extranjeros o provocativos, que por aquellas que nacen de nuestra cultura. El pulque forma parte de ellas, y ofrece una variedad para todo tipo de paladares. Pero los lugares que los ofrecen cada día se vuelven más exóticos y raros, dada la baja afluencia de visitas que reciben.
¡No dejemos que esta tradición caiga! ¡Arriba las pulquerías!
Pues así, cuando yo lo probé lo pedí de coco y me gustó mucho (cabe mencionar que lo acompañe de unos tacos de chapulines deliciosos). Regresé por otro al mismo lugar, tiempo después :)
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